El cartero de Oruka, allá en Namibia,
jamás suele traer cartas escritas
para nadie.
Los nativos no fueron a la escuela.
Por eso en Oruka su cartero
no trae cartas escritas
sino cosas que digan de por sí.
A Gladys Men le trajo un día el cartero
una lasca de fémur atada a una
cachimba
con una pluma quebrada de alcatraz,
con lo que le aclaraba
que había muerto su padre en
Terranova
y que él se hallaba bien. Era su
hermano.
A Suna le decían una campana
pequeña de cristal y un palillo de
dientes
labrado con el tallo de una rosa.
O sea que la querían para casada.
Ella entonces le respondió que sí
con una pinza de carey
y un ovillo de fibra del árbol del
moringo.
Eso es, que para toda la vida.
El cartero de Oruka, allá en
Namibia
había estudiado con los misioneros
secretariado y mecanografía.
Era un muchacho analfabeto, claro,
que a veces confundía las
direcciones.
De La sílaba de ónice. En edición.
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