Igual que las
palabras para ser necesitan
sonar en el silencio porque sin él los labios
nunca le arrancarían al aire sus aristas,
yo necesito el mar para afianzarme en esta
certeza de mi reino, territorio que día
tras día le conquisto a su ciega inclemencia,
a la hueste salobre de sus acantilados.
Sé bien que soy tan sólo lo que ellas me
dejan,
aguas de sal y yodo, marejada que marca
los límites precisos de Corambo y definen
la palabra más mía, mi única heredad.
El mar como un oscuro
cetáceo muge tierno
batiéndome la costa, pronunciando el anillo
sonoro de este nombre que me contiene, dueño
de todo cuanto encierra, talismán de sus cales
que crece como un témpano contra el azul profundo
que lo proclama, hijo del mar, Corambo, envidia
de las constelaciones que ciñen mi corona.
Corambo, 2007