
Cuando ya te parece
que has perdido la vieja
costumbre de los versos,
pruebas a rescatarlos
temiendo que los dioses
te nieguen la celeste
virtud de la escritura.
Pero los dioses, mudos,
consienten y uno atreve
de nuevo la palabra
y escribe lo que el mundo
ingrato le negó.
¡Luzbel!¡Luzbel!¡Luzbel!
Tú, que fuiste el arcángel
furtivo de la luz,
llévame hasta ese árbol
del viejo paraíso.
-Muchacho –me responde
con su voz destronada-,
peca ahora y consiente
tú también en la fruta.
No temas la divina
razón de la impostura.
El error de los dioses
al expulsarte fue
no cortarte la lengua.
De Ofidia, 2005.
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