A veces un fulgor,
una luz, de repente,
ilumina estos campos.
Un relámpago no.
No hay tormenta en mis noches
sonámbulas y pueden
escucharse lejanos
los cárabos, la fronda
inmensa del silencio
amparando el acecho,
la vigilia del agua.
Este campo es el mío.
Campo de mi memoria
en el que nadie vive
más que yo, que recorro
su vasta soledad
mirándome en el alto
espejo de los sueños,
para verme pasar
conmigo entre las pitas,
conmigo en esos ojos
turbios de los pastores,
ciegos de los carneros
con la noche tan negra,
Esa luz repentina, ese
fulgor es la linterna
fugaz de la memoria
que ilumina un momento
el campo de la dicha,
el secreto del bosque
donde anidan mis ojos.
De Oscura trashumancia. 1997
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