Te empeñas, Agustín, en vaciar con una
simple concha marina el agua de los
mares,
cuando Dios es la concha vacía de
tu mano.
Nunca fue cantidad, ni dimensión, ni peso
-tú bien lo sabes, Agustín- su
nombre.
Dios para ser no es nada que lo distraiga un
palmo
de sí mismo, por eso renuncia a la
existencia.
Ni siquiera en su esencia se atreve
a contenerse.
Sólo en la nada cabe. Él es su
propio abismo.
De Rosas profanas. 2012.
De Rosas profanas. 2012.
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