Dios me envía un arcángel hermoso que castiga
de noche mis pupilas con su espada
de fuego
y me arrebata el sueño impuro de
los hombres.
-Dime cómo te llamas, ángel
terrible, bestia
de luz que así combates el reino de
mis días,
el farallón que a oscuras levanté
con palabras.
Sabes que no podrás conmigo si no
cambias
tu espada por la atroz seducción de
tus labios.
Con que digas tu nombre yo rendiré
mi reino
de lujuria y será codicia tu
victoria.
Dame tú la virtud con que premian los labios
divinos, ese ampo, diadema de
prosodias
que lo corona todo y todo lo
contiene.
Pronúncialo y arrójame después a las
tinieblas.
Seré la envidia entonces de las
constelaciones.
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