Dios tiene un abuelo aún más
eterno
que se sabe el olvido, que perdió
la memoria,
que anda por el mundo madrugando
y que lleva la cuenta de las
hormigas muertas
y los lunares de las mariquitas.
El abuelo de Dios tiene una llave
para guardar la tierra de sus
propios demonios,
que le roban los verbos mientras le
reza al nieto
y que él luego castiga sin tentar
una noche
o a escribir una plana con sus
uñas,
tan negras ya de la caligrafía.
El abuelo de Dios no sabe nada
de si es trino o si no, si es que
ha nacido
de sí mismo o del sueño de los
hombres.
Pero es dueño del bosque de los
salmos,
de las minas de arroz, de las pipas
peladas.
Y sonríe cuando ve
pasar las caravanas de
camellos
por el ojo pequeño de la aguja.
Yo soy más del abuelo.
Él para perdonar nos da el olvido.