domingo, 20 de octubre de 2019

CREDO


                                                                               José A Ramírez Lozano


 Creo en el Dios que está detrás de lo creado
siendo él la creación, su propio aliento,
bastándose en su obra, mostrándose en la ausencia
de estar sin ser, múltiple y uno, solo
contenido en su nombre, comunión de mis labios
que lo invocan creciéndolo, múltiplo de su verbo.

 Nada me exige a cambio de vivir. Sólo eso,
vivir sin más dejándome llevar de su cuidado,
de esa oscura armonía, de ese círculo claro
con que dicta la edad, con que cumple la dicha
o arrebata el amor y procura la muerte.

 Sólo con él combato su propia adversidad.
Sólo con él me digo lo que apenas conozco
y  no puedo negar más que con él, a un tiempo
materia como es también de mi ignorancia.

  Si la nada en que un día me tuviera ya antes
de nacer es tal vez lo que al cabo promete,
gozo será no ser, ausente de mí en esa
manera de estar siendo sustancia de su olvido.
Y si acaso preserva otra vida tras ésta
todo estaré ya en él, sin ser parte en la dicha,
pleno de Dios, dios mismo, mudo de pronunciarme.

  Ni adoración ni miedo, confianza le tengo.
Como la flor del trigo suele encañar por mayo
y dejarse amasar sin miedo a la cizaña,
del mismo modo yo me abandono a la vida
fiado, en mi ignorancia, de su sabia certeza,
cumpliendo en mi descuido con su mudo cuidado.

   De La patria de los náufragos. Reciente premio LEONOR.

lunes, 19 de agosto de 2019

VIDAS QUE NO FUERON





                                                                                                   José A Ramírez Lozano

   

   VIDAS QUE NO FUERON

    Hay vidas que no fueron vividas a su tiempo
y han dejado un vacío sin vivir
que tiene su tamaño entre los vivos,
 que delata su ausencia.

   Ese fiscal sin plaza que frecuenta de noche
la subasta de las estilográficas
y se olvida del nombre cuando puja,
porque no tiene nombre, porque no tiene más
que el hueso de una sílaba,
 y un carrete en que ovilla el perfil de su talla.

 O ese afilador que toma el tren en Cangas
con un billete numerado cuyo asiento no existe,
porque no hay tren en Cangas
ni cementerio en Sila, a donde va
cada noche a poner una glicinia
en la piedra sin nombre del hijo que no tuvo.

 O esa monja del sueño
que pronuncia su nombre en mitad de la salve
para ser en la música
 y el coro lo descubre sobre la partitura
como una nota vana de silencio,
 ese cerco de ausencia y humedad
que precede al suspiro, al tacto de la carne.

Hay vidas que no fueron vividas y de noche
toman cuerpo en las sombras y frecuentan
las vidas que los hombres descuidan cuando duermen.

Besan entonces con sus labios,
calzan sus mismos pies, muelen café, vomitan.

Y si acaso en la noche un hombre tose,
se desvela y orina,
ellas salen huyendo de su propio extravío    
 para arrojarse, ciegas,                                
en ese mar de fiebre, espejo de la nada.      


                      De La sílaba de ónice. Premio Fray Luis de León. Próxima edición..